En 1950, tuvimos que imaginar Europa. Tras dos guerras devastadoras y años de conflicto, había que ser audaz para soñar un nuevo futuro en el continente. Pero un puñado de ciudadanos valientes, encabezados por Robert Schuman, Jean Monnet, Altiero Spinelli, Paul-Henri Spaak… tuvo la osadía de apostar por un nuevo futuro basado en los valores de paz, libertad, solidaridad e igualdad.
Hoy, estos valores son una realidad, esculpida a base de esfuerzo y mucho trabajo. Y sin embargo, los jóvenes españoles de hoy, nuestros millenials, escuchan este relato de posguerra como un cuento trasnochado o el guión de una película de Berlanga.
Su realidad, la de un pasaporte sin fronteras, una sanidad moderna, el euro, aquel novio de Erasmus, su cuenta en facebook con amigos en diez idiomas, las llamadas sin roaming o los vuelos low-cost, apenas casa ya con la historia de batallitas mundiales y una Europa fratricida en busca de paz.
Europa son ellos. Ahora. Y sus guerras son otras: El paro. Los minijobs. El currículum sobrecualificado, la pereza de volver a votar sin saber muy bien a quién o para qué. La distancia mental hasta Bruselas -ese galimatías institucional que sospechan muy importante-, las imágenes en YouTube de refugiados muriendo en el mar. El desconcierto tras los ataques en Paris, en Bruselas, en Niza. La sombra de los partidos de extrema derecha o extrema izquierda en Europa, de los populismos que han seducido ya a algún amigo cabreado. La puñalada del Brexit.
Y olvidando el camino recorrido, esos jóvenes dan por sentado sus derechos adquiridos para atreverse a imaginar otros nuevos: Desean, exigen, una Europa que proteja. Una Europa más unida contra el terrorismo, más amable con el que llega de fuera, más respetuosa con el medio ambiente. Que asegure su salud y bienestar, la calidad de los alimentos, el trabajo digno: que les blinde, en fin, contra los riesgos de una globalización desordenada. Que atienda sus voces descontentas sin abandonarles al consuelo del discurso populista.
¿De verdad estamos en la peor de las crisis posibles? ¿O son, todos estos, síntomas de que seguimos avanzando? Denunciar errores, corregir excesos, reformar, mejorar, dejar partir a un amigo que nunca vino a la fiesta convencido… son acciones, en el fondo, necesarias para garantizar que el proyecto europeo sigue por el buen camino.
Y ahora, dejemos un segundo de imaginar y miremos atrás: La Unión Europea ya atiende a muchas de estas peticiones. Sé que en los momentos en que vivimos es complicado ser optimista. Y que en 2016 los analistas han llenado de paralelismos posibles nuestra actualidad con la de los años 30. Pero hoy contamos con una enorme ventaja: Europa ya está inventada. Dejemos de imaginar y aprendamos a verla.