Blogs La Razón | Por José Francisco Sigüenza |
Acaba de entrar el 2018 y ya está aquí el 2019 con sus elecciones europeas llamando a la puerta. Los que estamos pendientes de la política de la Unión, sabemos que son muchas horas las que ya se llevan invertidas en estudiar el calendario y planificar estrategias, y que también son muchos los dolores de cabeza que nos han dejado los británicos con el Brexit al tener que decidir qué se hace con los 73 escaños que dejan libres.
Algunas voces han pedido que se reduzca el número de escaños, otras que se repartan, o bien compensando a los grandes o bien favoreciendo a los pequeños, y de entre esas voces llama la atención una que propone hacer una lista trasnacional, formada por personas de diferentes países bajo unas mismas siglas.
Pero este asunto puede que sólo llegue a aquellos que seguimos de cerca la política europea, y que, de los futuros comicios, el menor de los problemas sea ese reparto del que todos van a hablar hasta que en marzo se tome la decisión. Lo más importante de las elecciones europeas radica precisamente en que cada vez le interesan a menos gente. La participación en la consulta de 1979 alcanzó el 63% del censo y ha ido cayendo convocatoria tras convocatoria hasta llegar al 42,6% de las últimas elecciones de 2014.
Con estas cifras queda claro que la mayor parte de los ciudadanos europeos no ven como suyos estos comicios. De este modo y sobre todo si sólo nos preocupamos por cómo repartirnos el botín de los escaños que dejaron abandonados los británicos, es complicado que pongamos el acento en aquello que ya en noviembre de 2015 aprobó el Parlamento Europeo sobre la Reforma de la Ley Electoral de la Unión Europea y que afecta a conceptos tan básicos como que no todos los ciudadanos europeos somos iguales. Por ejemplo, dependiendo del país en el que estemos, varían las edades con las que se tiene derecho al voto o se contempla la paridad en las listas con criterios diferentes.
Estas elecciones de 2019 son una oportunidad para que el ciudadano se sienta el protagonista y que se rompa esa tendencia desoladora de baja participación. Es cierto que la presencia de listas trasnacionales puede revitalizar el debate pero que haya 27 o 46 eurodiputados elegidos de tal modo sobre un total de 751 parece un poco ridículo.
Podría ser más efectivo que partidos afines de distintos países se pusieran de acuerdo en un programa común que defender a posteriori en el Parlamento. Que las promesas no se circunscriban sólo a lo que nos da o nos quita Europa a nivel nacional, si no a lo que se propone para mejorarla entre todos.
También puede que esto que se plantea no sea la solución, pero habrá que debatirlo, hay que poner de moda estas elecciones e implicar a todos, pues no están en juego 73 escaños, está en juego nuestro futuro, el que hemos de construir juntos.