– Por Miguel Ángel del Hoyo –
El año pasado viajé con mi familia a Estados Unidos. Lo que era un simple viaje de placer de unas dos semanas me sirvió también para hacer una inmersión en la cultura estadounidense. Muy corta, eso sí.
La primera parada, de una semana, fue Nueva York. Una cosa tan tonta como una excursión llamada “Contrastes de Nueva York” ya sirve para explicar cómo distintas comunidades de diferentes etnias y con diversas religiones entre sí pueden convivir sin que el país tenga que hacer una distinción o identificación con ninguna de ellas.
Por ejemplo, una de las excursiones el guía era de Puerto Rico. Hablando con él, estaba claro que él se identificaba como puertorriqueño. Su comunidad de referencia era la puertorriqueña. Pero él se sentía profundamente estadounidense. Lo cual también se podía extender a su comunidad de referencia. Y empecé a preguntarme el porqué. Es decir, parece claro que él, al ser latino, tiene poco que ver con la comunidad digamos WASP, predominante en Manhattan, en Nueva York, y en Estados Unidos, sobre todo visto a quien tienen de presidente. Recordemos cómo en España, el nacionalismo ha conseguido que grupos de gente se identifiquen como otro país a pesar de que lo único que haya diferente sean algunos rasgos culturales. Ya ni la religión ni la etnia.
La segunda parada fue Walt Disney World Resort, en Orlando. Y aquí fue donde me encontré con algo que me hizo cavilar sobre lo vivido en Nueva York.
Walt Disney World Resort (Disneyworld para entendernos), para los que no lo conozcan, no es un parque de atracciones al uso. Es un complejo gigantesco compuesto de 4 parques de atracciones más otros 2 acuáticos y algún otro parque más de restaurantes, tiendas, etc. En él está el parque Magic Kingdom. Y en él hay una atracción que lleva abierta desde el inicio del mismo, llamada Hall of Presidents. Esta atracción se realiza en una sala de teatro que ya les gustaría tener a muchas de nuestras ciudades, con capacidad para unas 700 personas. Y en ella se muestra un cortometraje que habla de la historia de la Constitución y de algunos de los presidentes. Y después se muestran a todos los presidentes (incluyendo a Trump) en un escenario a través de unas figuras animatrónicas (es decir, están articuladas y además se mueven sin que nadie las esté moviendo de manera visible).
Yo no sé si era por el calor, por la amenaza de lluvia o por el simbolismo de la atracción, pero cuando asistí con mi familia la sala estaba repleta. Y no oí ninguna muestra de desagrado, desprecio ni risas. Sólo silencio escuchando lo que decían; primero el cortometraje y después las figuras.
Es ahí cuando me percaté de la diferencia. Allí, al margen de las personas, hay un respeto por los propios símbolos. Y la presidencia y la bandera son símbolos. Símbolos que unen por encima de ideologías, razas, credos, etc. Por eso las viviendas y la ciudadanía no tienen empacho en mostrar la bandera. No es una ideología. Es una muestra de identificación (y quizás no tanto identidad) con unos determinados valores.
Este año viajamos a Londres. No voy a entrar a comentar lo mucho que me fascinó la ciudad en sí. Pero sí que voy a decir que lo que vi me recordó mucho a lo que había visto en Estados Unidos en el sentido de que hay determinados símbolos que están por encima de ideologías, credos, etc. Y el ejemplo más palpable es la Corona. Otro hecho fácilmente constatable es el apego a las tradiciones.
Tanto Estados Unidos como el Reino Unido son las dos caras de una misma moneda. En ambos casos está lo que ha servido para forjar una nación en base a unos símbolos que unen por encima de otros. El caso de Estados Unidos es paradigmático, puesto que la nación se ha creado uniendo a diferentes comunidades, credos o religiones, etnias, etc. (aunque quienes han pagado el pato de dicha creación han sido los indígenas). Y lo han hecho forjando una identificación de símbolos e instituciones en torno a unos determinados valores. En el caso del Reino Unido, puede que esa identificación con unos símbolos no sea del agrado de todos, al haber comunidades que no se vean identificadas con ellos al remitirse más a tradiciones que a valores. Es inevitable pensar cómo el Brexit está volviendo a retomar tensiones nacionalistas en Escocia y problemas de fronteras en Irlanda del Norte (¿Inglaterra prevalece1?). ¿Reflejos de antiguas guerras de religión?
Esto me lleva a pensar también en España y los eternos problemas de identidad que se generan aquí (aunque han existido siempre y uno no sabe si pensar que es algo típico y tradicional simplemente odiar al vecino; en Castilla y León, por ejemplo, se lleva muy mal que la capitalidad pudiera estar en Valladolid, y no hay mentalidad de Comunidad Autónoma sino de provincia).
Pero esto también debería servir de guía para construir la identificación con la Unión Europea. Bien podríamos basarnos en lo que se ha denominado el humanismo cristiano. A fin de cuentas esos valores han surgido en el seno de Europa. Pero no podemos quedarnos exclusivamente en el apellido “cristiano”. No porque no deba ser así pero sí porque eso aleja y hace que determinados segmentos no se vayan a sentir identificados. A fin de cuentas es la identificación con los valores que representan los símbolos de EE.UU. los que han permitido que muchas comunidades se puedan sentir identificadas. Y estos valores con los que tenemos que sentirnos identificados los europeos y que pueden lograr que se acabe forjando la Unión real (y no simplemente política) deben ser valores complementarios con los de las propias naciones “per se” y no sustitutivos.
1 La frase Inglaterra prevalece era el lema del modelo fascista del país en el cómic V de Vendetta