Blogs La Razón | Por José Francisco Sigüenza |
El fin justifica los medios. Los objetivos han de alcanzarse sea cual sea el camino que nos lleve a ellos, las bajas propias que se produzcan y los daños colaterales que dejemos en las cunetas no importan. Maquiavelo cabalga de nuevo a lomos de un nuevo rocín en absoluto flaco y mucho más temible que Rocinante, la posverdad.
Dice la Wikipedia que la posverdad es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. No se trata exactamente de mentir, que también, sino de poner el acento en determinados aspectos de la realidad y en crear debates artificiales con envenenados silogismos falsos. Usar un lenguaje bronco como arma, desinformando, radicalizando, sustituyendo razón por una emoción que será considerada lo válido. Dar el “zasca” más sonoro, buscar el fallo y cebarnos con él. No ha lugar al contraste de ideas, eso no interesa en absoluto, la posverdad no quiere que podamos llegar a acuerdos.
En España hemos asistido a uno de los mejores ejemplos de lo que trato de contar, me refiero a lo ocurrido en el madrileño barrio de Lavapiés. Muere un hombre, se dedica a vender en las calles, es mantero y negro. Lo que ocurre en las horas siguientes es bien conocido, pero pongamos el acento en la chispa que lo incendia todo, en la manipulación de la realidad. Ha muerto un hombre perseguido por ellos, ellos los malos, los que no son como nosotros, ellos que lo han matado.
Desde primeras horas se lanza un mensaje que poco tiene de contrastado o prudente. Se acusa y se señala a los supuestos culpables, se piden explicaciones que no se van a tener en cuenta pues la posverdad no entiende de otra versión que no sea la suya, y se activa toda una red de altavoces para agitar a la opinión pública.
Las consecuencias están ahí. No sólo en los destrozos ocasionados en el barrio, sino en el creciente clima de violencia, de desconfianza, en la generación de un caldo de cultivo con el que polarizar a la sociedad y, de ese modo, ganar adeptos a la causa. La realidad es terriblemente cruel, el dolor de una muerte usado para ganar votos.
Y esto es lo que viene ocurriendo en el mundo en los últimos años y cada vez con más frecuencia. Comenzamos con Trump y su terrible “primero América”, lo vimos en el Brexit, en el discurso radical de Marine Le Pen, en los mensajes nacionalistas tan faltos de rigor informativo como de intención de aclarar las cosas.
Reaccionemos, hemos de acabar con la posverdad y con el resentimiento en la palabra. Encontremos ese espacio común en el que ser cada día mejores. En esto también hemos tenido en España un ejemplo claro, el de Patricia, la madre de Gabriel, brillando como ella sola con su voz limpia entre montañas de mensajes basura.
Aprendamos e imitemos a los buenos, el fin nunca puede justificar los medios.