Según la propia web del Parlamento Europeo, “la política comercial de la UE se usa asimismo como vehículo para fomentar los principios y valores europeos, desde la democracia y los derechos humanos hasta la defensa del medio ambiente y los derechos sociales”. Y tiene su parte de verdad, ya que los logros del Mercado Único que instauró la Unión Europea en 1992, se pueden corroborar con los datos reales: ha aumentado el PIB de los países miembros en 230.000 millones de euros, creando millones de nuevos empleos y aumentando la renta media de los ciudadanos en más de 500 euros, cifras impresionantes que sin duda aún deben aumentar y por las que se debe seguir trabajando para subyugar las desigualdades.
Para los movimientos populistas esto no es así, ya que abrir el comercio para los antisistema es perder control del Estado sobre su producción, privatizaciones que desmantelarían el estado de bienestar, acuerdos exclusivos para multinacionales y precarización de las condiciones laborales; debemos recordar que los movimientos populistas de derechas tienen un sentimiento nacionalista, xenófobo y proteccionista, que rechaza lo externo. También como denominador común, al igual que la extrema derecha, los movimientos de la izquierda antisistema, opinan que, todo lo que no comulgue con su idea de progreso basado en economías del bien común, hay que destruirlo.
Y es que, este conservadurismo económico o este ideario antisistema, choca con el proyecto social liberal en el que se asienta la UE, y que pese a sus éxitos, que no lo digo yo, que lo dicen los datos, deben derrocarlo para construir otros modelos que históricamente se ha demostrado que son ineficaces y no progresistas, en el significado de progreso económico y social ligado a un modelo económico determinado.
Como decía Fabio Balboni, economista jefe para Europa del banco británico HSBC, en una entrevista para El País en 2016, el auge del populismo es una respuesta a la percepción de la desigualdad y la injusticia. Es un rechazo a la globalización de los antisistema (que en realidad con una ideología u otra, los populismos son antisistema, como he citado anteriormente y por no estigmatizar alegremente a una única corriente, que no bando, eso hay que superarlo ya).
Por tanto y como conclusión a esta aventura onanística mental sobre los populismos, podríamos decir que un avance en la lucha contra los populismos sería el refuerzo de las políticas sociales y económicas; un compromiso férreo de los órganos legislativos y ejecutivos de la UE que creara un sentido de protección pero con la libertad de desarrollo individual, de ser parte de una familia que protege tu vida cuando estás débil, pero que te da las herramientas para triunfar si lo deseas, en definitiva, como indicábamos al principio, dar “sentido a la vida” de los ciudadanos europeos, para que se sientan parte importante de esta construcción que es la UE; hasta ahora no se ha conseguido con mucho éxito.
Debemos estar en guardia siempre, cualquier crisis en el sistema, por muy pequeña que sea, despertará las masas populistas dormidas que atacarán el proyecto común que tantos años llevamos construyendo, y que inesperadamente unidos en un frente común, pueden destruirlo para después luchar entre ellos por imponer su credo.
Y de colofón, entiéndase como cada uno lo quiera entender o interpretar, apelaré metafóricamente a Albert Camus: “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa” (“La peste”).