Blogs La Razón | Por José Francisco Sigüenza |
El 10 de mayo de este año, e invitados por Eugenio Nasarre, algunos representantes de Europeístas pudimos asistir, en el Congreso de los Diputados, al homenaje que se brindaba a Fernando Álvarez de Miranda.
En el transcurso del acto fueron desgranándose anécdotas de su vida y los distintos logros que fue, poco a poco, consiguiendo. De entre todas ellas me llamó poderosamente la atención la que tenía que ver con lo que en la época de entonces se vino a denominar “El Contubernio de Múnich”.
En aquel IV Congreso del Movimiento Europeo, que es así como verdaderamente se llamaba aquella reunión, participaron 118 políticos españoles. Algunos residían en el exilio y otros ocupaban posiciones cómodas en la sociedad española de aquel 1962. Todos ellos tenían en común su oposición al régimen del General Franco y, además, un propósito común que les unía a pesar de sus diferencias ideológicas, el manifestar rotundamente que parte de la sociedad española se adhería, de manera unívoca, a una Europa que representaba en sí misma el valor de libertad democrática, el respeto y defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión, la supresión de la censura, la libertad sindical y el derecho de asociación política.
Este “atrevimiento” fue inmediatamente castigado por el régimen que encarceló, deportó y exilió a los asistentes a medida que iban regresando a España y, así, Fernando Álvarez de Miranda fue a parar a Fuerteventura.
No deja de sorprender la valentía que demostraron aquellos políticos, hace tan sólo 55 años, en comparación con los acontecimientos de los últimos días. Entonces unos se arriesgaron por un ideal y terminaron perdiéndolo todo y hoy, por miedo a perder casi nada, dejamos de tener ideales.
Qué contraste con el diario actual. Cuando las ideas de libertad, unión y cooperación se transforman en romper, aislar e insultar al que no piensa como nosotros. Qué distinto era todo cuando ante el verdadero fascismo uno se enfrentaba estampando su firma a pecho descubierto, mientras que ahora exigimos votaciones secretas que minimicen las posibles consecuencias establecidas por leyes democráticas.
Hemos de parar esta inercia populista y de política inane. Es hora de tomar ejemplo de aquellos que, con un altruismo y generosidad infinita, fueron capaces de ir de la mano de esos otros que no pensaban exactamente igual, pero cimentaban sus idearios en los mismos valores compartidos de libertad, democracia y solidaridad. Es la hora de, siguiendo sus pasos, construir una Europa en la que no quepan movimientos como el nacionalista catalán o el vasco, que quieran romper la convivencia y separar lo que tanto nos ha costado unir.
La Europa del futuro, la que está al alcance de nuestra mano, es un espacio en el que no sólo la libertad de expresión está garantizada, sino también la igualdad de oportunidades, la solidaridad entre vecinos, el equilibrio entre una protección del medio ambiente que nos asegura agua y aire limpios, junto con un desarrollo económico que nos garantiza el estado del bienestar.
Es la hora de políticos de verdad, de generosidad, de ambiciones sanas… Es la hora de los valientes.