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El retorno del populismo (primera parte). Por Iván Rodríguez y Alejandro Charro.

El déjà vu es un concepto psicológico para aludir a la sensación de que algo que se está viviendo en el presente ya se ha vivido en el pasado. Es muy común haberlo experimentado alguna vez, y seguramente muchos de los que estáis leyendo esto sepáis de lo que hablo. El que aquí escribe siente prácticamente a diario, de manera exageradamente preocupante, he de añadir, que los acontecimientos que llegan a nuestro conocimiento a través de la prensa, sobre todo en lo relativo a política internacional, ya tuvieron lugar una vez, y se vuelven a repetir. ¿Os suena de algo?

Se ha creado una sensación de inmovilismo de las instituciones a todos los niveles (provincial, estatal y europeo), si a eso le sumamos que las nuevas generaciones (ojo, haciendo excepciones, tampoco hay que pasarse) no han querido, ni parecen querer, aprender de los errores del pasado, los nuevos escenarios internacionales son un calco prácticamente idéntico al de poco tiempo atrás. Debemos aprender de aquella frase del canciller alemán Adenauer que sentenció que: “La historia son aquellas cosas que se pudieron evitar”.

Konrad Adenauer, primer canciller de la República Federal de Alemania (Alemania Occidental) y uno de los padres de Europa.

Vivimos en medio de una nueva “Guerra Fría” entre Estados Unidos, “efecto Trump” (y por derivación, la Unión Europea), y Rusia, ambos, populismos anclados en la derecha. En Siria se vive una Guerra que ya tiene todas las notas para considerarse Mundial (por la diversidad en su participación directa e indirecta), aunque sin tener el alcance territorial que tuvo la II Guerra Mundial en el siglo pasado. Y los populismos, como ocurrió igualmente en el siglo XX, están adquiriendo fuerza y se están volviendo, desgraciadamente cada vez con mayor velocidad, una alternativa para un gran número de personas que esperan una solución para muchos de sus problemas diarios. Una solución cuanto más comprensible e idílica para ellos mejor, sin importar las consecuencias que pueda tener para el resto de su país y del extranjero.

Los populismos, vorágines, como tsunamis tropicales, se alimentan de las desgracias y de las crisis sociales , creando una identidad ficticia a base de sensaciones de placer ante una situación adversa en la vida del ciudadano. Según Baumeister y Vohs en su libro “La búsqueda del sentido de la vida”, detallan los cuatro aspectos básicos para darle sentido a la vida de cada ser humano: Una meta, crear unos valores, sentido de eficacia y autoestima. Podemos afirmar entonces, que el populismo, sea del extremo que sea, es una forma de dar “un sentido a la vida ” mediante un movimiento social; consiste en buscar algo en lo que creer con el que dar sentido al día a día de cada uno de nosotros; consiste, en fin, tener fe en una utopía posterior, la cual al hacerse realidad les habrá hecho sentirse útiles, especiales y mejores al resto. Ya lo decía el director de cine Federico Fellini, el fascismo (populismo de su época) “siempre surge de una falta de conocimiento de los problemas reales y el rechazo de la gente, por pereza, prejuicio, avaricia o arrogancia a dar un significado más profundo a sus vidas”.

Federico Fellini.

Por ser radical a la hora de buscar el sentido a los populismos, todo gira en torno a una persona o grupos de personas que buscan satisfacer su “sentido de la vida” con poder, con una empresa que les reporte protagonismo o incluso, en estos tiempos modernos de capitalismo, un reporte económico, a pesar de comulgar con patrones del bien común sobre el interés personal. Estos líderes, en los cuales el perfil “autócrata” ha crecido, aprovechan los fallos de la sociedad política para lograr sus objetivos, en ‘Matrix’.

Siguiendo con las comparaciones con esa saga fílmica, los populistas no utilizan, como sí hacía la resistencia humana, los fallos del sistema para alcanzar un fin que beneficie a todos, sino que aprovechan los mismos para lograr un objetivo deseable, en el fondo, para unos pocos, aunque se venda enmascarado de mentiras.

Y es que en su máxima, los populistas se valen del descontento de las masas, que a veces no existe como tal, pero es fácil de crear con discursos sentimentales para reforzar una polaridad en la que ellos, los buenos, los políticos del pueblo, se erigen como los salvadores, en contraposición a los malos, los políticos que viven de la política y que han llevado al pueblo a la situación en la que se encuentra, ofreciéndole como bálsamo soluciones que resultan atractivas al primer vistazo, pero que son utópicamente irrealizables, pero de gran aceptación social.

Una parodia del populismo, y casi una premonición de los tiempo que vivimos, fue “La Vida de Brian”, de 1979, donde se promueve un levantamiento contra los romanos cuyo famoso discurso fue: “Aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”. En ella se crean reivindicaciones sentimentales e imposibles como el famoso:

“-Yo quiero ser madre.
– Pero, eso es imposible. Eres un hombre, no tienes matriz.
– ¡No me oprimas!
– Está bien, lucharemos también por defender tu legítimo derecho a querer ser madre aunque sea físicamente imposible.
– ¿De qué sirve defender su derecho a ser madre si no puede parir?
– Es un símbolo de nuestra lucha contra la opresión.
– Es un símbolo de su lucha contra la realidad.”

Y es que el cine y la televisión nos lanzan mensajes pedagógicos de los cuales aprender. Nos daría para un especial de las enseñanzas políticas y sociales de la pequeña y la gran pantalla.

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